Estamos en un balneario, y no vemos el mar, ni los turistas, ni los niños vociferantes. Si fuera una película, sería una de Warhol; con la cámara fija apostada durante días. El pato resiste, y sólo el cambio de temporada sucumbe a la urgencia publicitaria. Balbuena nos devela al Golem, al gigante del consumismo con pequeños detalles: una palmera más vieja, yuyo en las baldosas, o una remera nueva para el pato. La ciudad habla desde el hito urbano, como señalización precaria entre corrosión marina y capitalismo estival.

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Alejandro Mendez